A veces los viajes no se cuentan por los kilómetros que recorres, sino por las vidas que se cruzan en el camino.
El pasado 7 de mayo, era una mañana cualquiera en el aeropuerto de Málaga. El bullicio clásico de las despedidas, las colas de facturación, los anuncios constantes por megafonía. Y en medio de todo, un hombre mayor con el rostro lleno de dudas. Estaba con su mujer, preguntando con ansiedad si debía facturar, por qué puerta debía embarcar, si le iban a dejar subir al avión.
Decidí ayudarle.
No era alguien especialmente mayor, pero su desconcierto tenía algo infantil. Era de Málaga y volaba, como yo, a Berlín. Trabaja en los astilleros de un puerto alemán, cuarenta y cinco días sin descanso, salvo los domingos, para luego regresar solo siete días a su casa. Y vuelta a empezar. Así lleva más de cuarenta años.
Lo acompañé desde la terminal de salida hasta la puerta de embarque. Nos sentamos cerca. Le expliqué cómo funcionaba todo. Ya en Berlín, volví a guiarle entre los pasillos interminables del aeropuerto, hasta llevarlo a la estación de tren y al “lantern” que debía tomar. Su móvil no tenía conexión, ni mapas, ni apps. Solo tenía una voluntad inquebrantable de cumplir con su rutina, con su deber. Lo despedí con un gesto silencioso, como quien deja marchar a un marinero en la niebla.
Y entonces aparecieron dos jóvenes con un tiquet en la mano.
Tenían aspecto de turistas, algo desorientados, preguntando cómo llegar a Alexanderplatz. Me acerqué. Apenas tengo nociones de alemán, pero me las arreglé para ayudarles. Tras varias señales, algún mapa, y bastante intuición, encontraron la combinación correcta. Hablando después, me enteré de que el chico venía de Estepona y habían pasado por Marbella. Habíamos volado juntos sin saberlo. El mundo se encoge cuando se camina con los ojos abiertos.
Pero aún me quedaba el último tramo. Y apenas sin batería en el móvil.
El autobús que tomé desde el aeropuerto me dejó a casi tres kilómetros de donde me alojaba. Dos maletas, un cuerpo cansado y la duda: ¿caminar media hora o esperar otro autobús? Justo en ese momento pasó un chaval en bicicleta de ruta. Le pregunté en inglés si merecía la pena andar o si había otra forma más cómoda. Me miró, pensó, y me dio una combinación de autobuses que ni Google era capaz de mostrar. Una ruta casi secreta, rápida, eficiente. Seguí su consejo y llegué sin agotarme. Le agradecí. Pobre chaval. Iba con su bici, pero no pudo subir al autobús: estaba casi lleno y el conductor – desconozco el motivo – no le permitió subir.
Finalmente, llegué a mi destino aunque eso, ya es parte de la próxima historia.
Todo esto que me pasó viajando no es tan distinto de lo que ocurre cada día en muchos negocios digitales:
Eso es lo que hago cuando diseño automatizaciones o desarrollo soluciones a medida. Me convierto en ese guía que no solo programa, sino que entiende el mapa, el cansancio, la urgencia y el destino.
👉 Si tienes un negocio donde sientes que caminas con dos maletas, sin GPS y apenas batería, quizás puedo ayudarte.
No para darte una solución genérica. Sino la ruta que mejor te lleve a donde quieres ir, con menos fricción y más sentido.
Me llamo Ángel Cano y soy programador web, especializado en automatizaciones y desarrollo web a medida.
Entre una cosas y otras, llevo más de 30 años trabajando en «esto de internet», los últimos 10 años especializado en sitios de membresías y LMS con WordPress y los últimos al menos 5 años, centrado en programación web y automatizaciones.
No me dedico a poner más botones, sino a eliminar pasos innecesarios. A traducir procesos complejos en rutas claras y eficientes.
Gracias a mi trabajo, he ayudado a clientes en tareas tan concretas y relevantes como:
Todo lo que hago parte de la misma idea: no se trata solo de llegar. Se trata de llegar bien, sin agotarte, sin perder tiempo, y sabiendo por qué has tomado ese camino.
…y veamos cómo puedo ayudarte. Sin compromiso.